Comenzó sus días
siendo lazarillo,
y tras mil tropelías
acabó siendo un pillo.
Nació en Tejares,
en un viejo molino,
que para colmo de males
estaba dentro del río.
Tuvo varios amos
este pobre mocoso,
cada uno mas vago,
cada uno mas tramposo.
El primer dueño
fue un anciano ciego,
que guió al pequeño
a base de tropiezos.
Un día les dieron
un racimo de uvas,
que se comieron
sin dejar ninguna.
Una uva por turno
pactaron que comerían,
promesa que ninguno
después cumpliría.
Cuando habían acabado,
dijo el ciego descortés:
“Tu me has engañado,
comiste de tres en tres”.
Porfió el niño que no,
y volvió él a insistirle:
“Comí yo de dos en dos,
y tu nada me dijiste”.
Un clérigo sería
su segundo dueño,
y si del relámpago huía.
acabó en el trueno,
Si el ciego era avariento
mas lo era este pastor,
que escondía los alimentos
en un maltrecho arcón,
y a Lázaro le tenía
con solo la ración
de una cebolla al día,
¡menuda nutrición!.
Hasta que se cansó
y le puso remedio,
le abría el arcón
con mil ingenios.
Y si el amo advertía
la sisa que había hecho,
la falta se la atribuía
al arcón tan maltrecho,
y si no a un ratón,
o a una culebra,
cualquier explicación
podía ser buena.
Cuando el amo averiguó
quien era el ladrón,
al muchacho despidió
sin ninguna consideración.
El tercer amo sería
un joven caballero,
tan avaro resultaría
como fue el primero.
Siempre presumía
de haber comido,
y luego se comía
la comida del niño.
A su casa fueron
para hacer cuentas,
unos que insistieron
en cobrar sus rentas,
y con la excusa
de buscar el dinero,
se dio a la fuga
el joven caballero.
El cuarto amo
fue un bulero,
vivía del engaño,
la farsa y el miedo,
pues vendía
las bulas del Papa,
y para ello mentía
y hacia mil trampas.
Cuando abandonó
a este rufián
Lázaro sirvió
a un capellán.
Iba de mal en peor,
y terminó por fin,
hasta que fue mayor,
con un alguacil.
La falta de cariño,
la falta de amor,
hicieron de este niño
un vulgar bribón.
Acabó sus días
este lazarillo,
tras mil tropelías
siendo un pillo.