Luna se ha enamorado,
se ha enamorado locamente,
un príncipe es su amado,
un príncipe valiente.
Tiene un caballo alado,
lleva capa y espada,
pero es muy despistado
y nunca ha notado nada.
En un rincón del cielo
anhela Luna sumisa
un gesto de consuelo,
una leve sonrisa.
Pero él no sabe nada
y la ha dejado sola,
se fue de madrugada
volando hacia la aurora.
Es tal la desolación
por estar tan distante
del dueño de su corazón
que se torna en Luna Menguante.
¡Cuan grande es su pena!,
¡cuanto su pesar!,
llora sobre la arena
a la orilla de la mar.
Se acercó una sirena
al oírla sollozar,
-“¿Cuál es la gran pena
que te hace así llorar?.”
-“Se ha ido mi amado,
no lo volveré a ver,
y no se ha percatado
de cuanto es mi querer”.
-“No pierdas la ilusión,
cabalgando por poniente
volverá a la menor ocasión
tu príncipe valiente”.
Este dichoso mensaje
se convirtió para Luna
en un mágico brebaje
que la hizo feliz como ninguna.
Fue tal su alegría,
se mostró tan sonriente,
que a partir de ese día
fue Luna Creciente.