Desde tierras italianas
a la corte castellana
llegó tan campante
un curioso navegante.
Con los reyes quiso hablar,
pues les tenía que plantear,
con urgencia y cuanto antes,
un proyecto muy importante.
Un proyecto tan importante
que a estos gobernantes
les llenaría de gloria
y les metería historia.
Decía que podría navegar
dando vueltas sin parar,
que la tierra no era plana,
sino redonda cual manzana.
Creía conocer la ruta
que llegaba hasta Calcuta,
navegando sin parar
atravesando el ancho mar.
Aunque hubo alguna duda,
Colón se salió con la suya,
los reyes colaboraron,
y el viaje le financiaron.
A la reina convenció,
y esta sus joyas empeñó
a un judío banquero
que les prestó el dinero.
Alquilaron tres carabelas,
con sus remos y sus velas,
y un día, Colón y su gente,
salieron rumbo a poniente.
Fue una larga travesía
que duró muchos días,
hasta que una mañana
avistaron tierra lejana.
Estaban tan despistados,
llegaron tan desorientados,
que creyeron estar en oriente,
y no en un nuevo continente.
Se volvieron para casa.
trayendo la patata,
el chocolate y el tabaco,
cargados en los barcos.
Pero Américo Vespucio
les hizo juego sucio,
se le coló al pobre Colón
y a toda su tripulación.
Y el nuevo continente,
vanidoso y sonriente,
dijo haber descubierto,
aunque no fuera cierto.
Hizo este navegante,
que se proclamó Almirante,
otras tres travesías
durante el resto de sus días.
Y murió en Valladolid
orgulloso y muy feliz,
por descubrir un nuevo mundo.