sábado, 17 de septiembre de 2011

El tesoro del moro (cuento).


Esta es la historia del moro
que acuñó un gran tesoro
y lo perdió por avaricia
y malsana codicia.

En un tiempo muy lejano,
cuando se lavaba a mano
y se tardaba dos horas
porque no había lavadoras.

Existía un moro muy avaro,
al que todo parecía caro,
menos el pan que él vendía,
que encarecía cada día.

Eran tiempos de tristeza,
de penuria y mucha pobreza,
de guerras con los cristianos
y de trabajar con las manos.

Pues en aquellos lejanos días
no había nuevas tecnologías,
no había internet, ni televisión,
ni otros medios de comunicación.

Bufali llegó al lugar en Enero
se instaló y se hizo panadero.
construyó un horno moruno,
en el pueblo no había ninguno,

Comenzó a amasar y cocer
el pan que luego iba a vender,
y como era el único panadero
logró ganar mucho dinero.

Pero le pudo la avaricia
y sin ninguna impudicia
aprovechó la oportunidad
y abusó de la necesidad.

Día tras día subía el precio
con descaro y desprecio
para todo su vecindario
que le decían a diario:

“- Bufali, deja de abusar,
así no podemos continuar,
estos precios no podemos pagar
y de hambre nos vas a matar.”

Los precios siguió subiendo
y sus a vecinos empobreciendo,
consiguió amasar una gran fortuna
aunque al pueblo trajo la hambruna.

Una mañana junto a la noria
oyó una extraña historia,
una historia de bandoleros,
y se preocupó por su dinero.

Pensó con tanta insistencia
que casi llegó a la demencia.
“¿Dónde lo podría ocultar
que nadie lo pudiera hallar?”.

Hasta que halló la solución
para su grave preocupación.
en su horno lo ocultaría,
allí nadie lo encontraría.

Al final de cada jornada
tras la última hornada
la recaudación del día
con avaricia escondía.

Tranquilo y confiado
por el escondite hallado
se retiraba a descansar
y el próximo día continuar.

No se le ocurrió pensar
que con el calor del hogar
el dinero se podría fundir
y por la chimenea salir.

Estaba en su cama tumbado
mirando el cielo estrellado,
disfrutando de la belleza
que le ofrecía la naturaleza.

Sin pensar que esas estrellas
que le parecían tan bellas
eran sus ganancias del día
que el viento las esparcía.

Se imponía así la justicia
a la codicia y avaricia,
pues de noche el cielo repartía
lo que Bufali obtenía de día.

Día tras día siguió confiando
en que estaba atesorando
una fabulosa herencia
para toda su descendencia.

Murió avaro y tacaño
sin descubrir el engaño
de aquellas hornadas
de estrellas doradas.

Desde aquellas jornadas
las noches estrelladas
se reciben con gran alegría
en el pueblo y sus cercanías.

Incluso he oído
que sigue escondido
parte del tesoro
de aquel tacaño moro.


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