Esta es la historia del moro
que
acuñó un gran tesoro
y
lo perdió por avaricia
y
malsana codicia.
En
un tiempo muy lejano,
cuando
se lavaba a mano
y
se tardaba dos horas
porque
no había lavadoras.
Existía
un moro muy avaro,
al
que todo parecía caro,
menos
el pan que él vendía,
que
encarecía cada día.
Eran
tiempos de tristeza,
de
penuria y mucha pobreza,
de
guerras con los cristianos
y
de trabajar con las manos.
Pues
en aquellos lejanos días
no
había nuevas tecnologías,
no
había internet, ni televisión,
ni
otros medios de comunicación.
Bufali
llegó al lugar en Enero
se
instaló y se hizo panadero.
construyó
un horno moruno,
en
el pueblo no había ninguno,
Comenzó
a amasar y cocer
el
pan que luego iba a vender,
y
como era el único panadero
logró
ganar mucho dinero.
Pero
le pudo la avaricia
y
sin ninguna impudicia
aprovechó
la oportunidad
y
abusó de la necesidad.
Día
tras día subía el precio
con
descaro y desprecio
para
todo su vecindario
que
le decían a diario:
“-
Bufali, deja de abusar,
así
no podemos continuar,
estos
precios no podemos pagar
y
de hambre nos vas a matar.”
Los
precios siguió subiendo
y
sus a vecinos empobreciendo,
consiguió
amasar una gran fortuna
aunque
al pueblo trajo la hambruna.
Una
mañana junto a la noria
oyó
una extraña historia,
una
historia de bandoleros,
y
se preocupó por su dinero.
Pensó
con tanta insistencia
que
casi llegó a la demencia.
“¿Dónde
lo podría ocultar
que
nadie lo pudiera hallar?”.
Hasta
que halló la solución
para
su grave preocupación.
en
su horno lo ocultaría,
allí
nadie lo encontraría.
Al
final de cada jornada
tras
la última hornada
la
recaudación del día
con
avaricia escondía.
Tranquilo
y confiado
por
el escondite hallado
se
retiraba a descansar
y
el próximo día continuar.
No
se le ocurrió pensar
que
con el calor del hogar
el
dinero se podría fundir
y
por la chimenea salir.
Estaba
en su cama tumbado
mirando
el cielo estrellado,
disfrutando
de la belleza
que
le ofrecía la naturaleza.
Sin
pensar que esas estrellas
que
le parecían tan bellas
eran
sus ganancias del día
que
el viento las esparcía.
Se
imponía así la justicia
a
la codicia y avaricia,
pues
de noche el cielo repartía
lo
que Bufali obtenía de día.
Día
tras día siguió confiando
en
que estaba atesorando
una
fabulosa herencia
para
toda su descendencia.
Murió
avaro y tacaño
sin
descubrir el engaño
de
aquellas hornadas
de
estrellas doradas.
Desde
aquellas jornadas
las
noches estrelladas
se
reciben con gran alegría
en
el pueblo y sus cercanías.
Incluso
he oído
que
sigue escondido
parte
del tesoro
de
aquel tacaño moro.
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