Al llegar el alba
despierta con calma
en su rama de abeto
el Sr. Gepetto.
Gepetto duerme de día,
¡Vaya tontería!,
Gepetto vive de noche,
¡Qué derroche!.
Mira con recelo
al brillo del cielo,
hay una nueva estrella,
de todas, la más bella.
Luce con tal fulgor
que ciega su resplandor,
brilla como ninguna,
y la llaman Luna.
No la deja de observar,
y la empieza a admirar,
hasta que llega la hora
en que de ella se enamora.
Si con su brillo titila,
a Gepetto encandila,
si es firme al centellear,
lo llega a embelesar.
La quiere conquistar,
seducir y cautivar.
Este amor le fascina,
y en ello se empecina.
Y él que nunca leía
ahora escribe poesía.
!Que nadie se ría,
que no es cursilería!.
“Luna de mi corazón,
escribo esta breve poesía,
porque es tal mi admiración,
mi amor y mi devoción,
que no duermo ningún día
y voy a perder la razón.
Miro con gran anhelo
todas la noches hacia el cielo.
En vuestro cuarto menguante
estáis tan exuberante,
y espero en cuarto creciente,
a que os mostréis sonriente”.
Y se empieza a preguntar,
sin la respuesta hallar;
-¿Qué debo de hacer
para poderla conocer?.
-Aunque sea de noche,
¿podría ir en coche?.
-Y si fuera de día,
¿Cómo me acercaría?.
Cuando una estrella fugaz
le dice que ella es capaz
de acercarlo a su amada
sin que le cueste nada.
-No perdamos un segundo,
que estoy ya furibundo.
Dice Gepetto al instante
con alegría desbordante.
Sobre la cola de la estrella,
en pos de su doncella,
inicia Gepetto el viaje
sin preparar equipaje.
Pero cuál es su estupor
al ver que de su resplandor,
cuando se acerca a su amada,
ya no queda nada.
Y... al momento de girar
con asombro va a hallar
allá, mucho mas lejos,
otros muchos reflejos.
Es tal su desolación,
que para darle explicación
al triste acontecimiento
lo supone un encantamiento.
Hasta que haya la solución
a esa extraña maldición,
y es que al Sol no conocía
porque él dormía de día.
Resultó que el brillo de la amada
era luz del Sol reflejada,
y aquel al que no veía
era quien la luz emitía.
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