Es el señor Cayo
un noble de Roma.
Un noble papagayo,
aunque parezca broma.
Sin cultura ni ciencia
llegó a ser senador,
por su gracia y elocuencia,
y por ser muy hablador.
Él no decía nada,
tan solo repetía
todo lo que escuchaba,
a cualquier hora del día.
Por eso le admiran,
aunque no tenga linaje,
por eso le envidian,
y por su colorido plumaje.
Consiguió tal fama
entre nobles y lacayos,
que todos allí le llaman:
Cayo el papagayo.
A él le incomoda la fama.
Ser ilustre y popular
le molesta y no le llama,
y repite sin parar:
“Aunque viva en Roma,
no soy un Papa,
aunque tenga plumón,
no soy un gallo,
y he llegado a senador,
siendo un papagayo.”