Don Cigarro y Doña Cigarra,
en un momento muy tierno
de una muy lejana mañana,
se prometieron amor eterno.
Era Don Cigarro tan refinado,
tan distinguido y galante,
que, aunque fuera verano,
nunca olvidaba los guantes.
Era Doña Cigarra la cantante
de un teatro de variedades.
Aunque se cansó de tanto cante,
y ya sólo canta a las amistades.
Asistía Don Cigarro muy elegante
a todas sus galas y actuaciones,
y con entusiasmo desbordante
aplaudía sus interpretaciones.
Doña Cigarra en él se fijó.
En una de aquellas actuaciones,
por su brillo, él la deslumbró,
y se unieron sus dos corazones.
En cuanto tuvo la primera ocasión
fue Don Cigarro a su camerino
para formalizar aquella relación
acompañado de sus padrinos.
Desde entonces, cada mañana,
dan juntos largas caminatas,
y cada vez que les viene en gana
se regalan piropos y alabanzas.
“Doña Cigarra, deje que me reitere,
pero es usted tan buena cantante”.
“Don Cigarro, y a mí que persevere,
es usted tan elegante y brillante”.
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